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Foro Social FCSM: Campamentos Dignidad
Conferencia "Campamentos dignidad", Manuel Rodríguez, Álvaro Rodríguez y
Manuel Cañada. Foro Social del Frente Cívico "Somos Mayoría". Rivas
Vaciamadrid 6 de Julio 2013
Foro Social FCSM: Renta Básica - Enrique de Castro, Lola Franco y Victor Rios
Comienza en el minuto 2:15
Streaming de la conferencia “Renta Básica”, Enrique de Castro.
Foro Social del Frente Cívico “Somos Mayoría”. Rivas Vaciamadrid 6 de Julio 2013
Resto de videos del Foro Social
Mi bisabuela murió en una cárcel franquista, desnutrida y enferma
de tuberculosis, fue torturada salvajemente por la Guardia Civil para
que confesara el paradero de dos de sus hijos, fugados dirigentes de la
CNT en Valencia. Analfabeta y criada en el campo, no hizo otra cosa
durante toda su vida que fregar suelos de señoritos desde los nueve
años. Probablemente sufrió alguna vejación o abuso de tipo sexual por
parte del señorito, los amigos o hijos del mismo; era lo habitual en la
época. Siempre se consideró a sí misma de la clase obrera.
Mi tía y mi abuela (sus hijas) tampoco hicieron otra cosa que fregar
suelos de señoritos desde los nueve años. Como mi abuela era muy bajita
para su edad y no llegaba a la pila para poder fregar los platos, el
señorito le habilitó un taburete para que alcanzara a fregar los platos
con facilidad, qué atento. Siempre se consideraron a sí mismas de la
clase obrera.
Mi madre empezó a trabajar en una fábrica a los trece años, pero con
el tiempo y dada la reconversión industrial que el PSOE llevó a cabo en
los años ochenta, terminó fregando suelos, escaleras y platos de
señoritos. Un poco menos señoritos (sin violaciones y guantazos con la
mano abierta) pero igual de explotadores. Familias pequeño-burguesas del
centro de la ciudad en las que todos los hijos van a la universidad y
la madre, de profesión liberal, carece de tiempo para atender los
quehaceres domésticos. Entonces acude a limpiar la madre de la periferia
que, por cierto, siempre se consideró a sí misma de la clase obrera.
No es una tradición familiar o una maldición, mi familia por parte de
madre no tiene ningún apego especial por fregar los suelos ajenos. El
fenómeno tiene una explicación racional y sociológica: se trata de la
reproducción social del sistema y sus relaciones de producción y poder.
Para que algunos tengan chalet en la playa y un Mercedes de gama alta,
otros tienen que fregar suelos y escaleras. O trabajar en fábricas. O
reparar instalaciones eléctricas. O hacer prácticas gratis. O servir
mesas un sábado por la noche a seis euros la hora. Lo interesante es que
las tres generaciones (mi bisabuela, mi abuela y mi madre) siempre se
identificaron con la clase obrera sin necesidad de ser hombres y
levantar barricadas con un mono azul de trabajo. Tanto mi bisabuela como
mi abuela en el prefordismo como mi madre durante el fordismo y el
postfordismo, sufrieron una precariedad salvaje, de hecho ninguna de las
tres tuvo jamás un contrato de trabajo como empleadas de hogar: sin
cotizar, sin paro, sin vacaciones, sin poder ponerse enfermas, etc.
Precariedad en estado puro, sea en los años 30, en los 60 o en los 90.
La precariedad —aunque según algunos autores pudiera parecerlo— no es
ninguna novedad ni el último grito en las relaciones laborales. La
clase obrera la viene sufriendo desde que el que el capitalismo es
capitalismo y el trabajo asalariado se convirtió en civilización y no es
otra cosa que unas condiciones de trabajo lamentables y abusivas. Las
jornadas de 14 horas en los telares, los mineros sin seguridad, los
jornaleros que no cobraban si ese año la cosecha era mala, el servicio
que vivía encerrado en la casa del señorito, el obrero subido en el
andamio… ¿No es precariedad? Por supuesto que sí, no deja de ser curioso
que Los santos inocentes se ubique cronológicamente en pleno auge
fordista, benditas contradicciones postmodernas. Pero entonces llegó
Negri (seguido por su coro de creyentes) y nos dijo que la precariedad
era algo novedoso, tanto que acuñó un nuevo término: el precariado. En
realidad —y es bastante significativo— el término proviene de la
Fundación Friederich Ebert, vinculada al partido socialdemócrata alemán
(SPD). Un nuevo tipo de asalariado que sufría la precariedad, es decir,
unas condiciones laborales precarias, en el marco del nuevo capitalismo
post-industrial caracterizado por su inmediatez, su flexibilidad y su
prevalencia de lo simbólico sobre lo material. ¿Y esto cómo se traduce?
En que mi madre friega platos ajenos y es clase obrera. Pero si la que
friega platos ajenos es una joven con carrera y un máster que habla tres
idiomas y milita en Juventud Sin Futuro no es clase obrera (y vaya por
delante que me parece que hacen una grandísima labor) es un nuevo sujeto
emergente, es precariado, intelectual además. Se traduce en que una
camarera es clase obrera siempre y cuando sea una choni que será
camarera el resto de su vida, si está de camarera para pagarse los
estudios de Ciencias Políticas no es clase obrera, es un nuevo sujeto
emergente incapaz de identificarse con la clase obrera insertado que
refuerza el intelecto colectivo en el semiocapitalismo menuda tesis
doctoral me está quedando bla bla bla.
La lectura es insultante: la clase obrera puede ser precaria, siempre
lo fue, pero cuando la clase media (recientemente empobrecida) visita
los infiernos de la precariedad y el abuso laboral, se deben parar las
rotativas y la izquierda académica occidental —curiosamente proveniente
en su mayoría de la clase media─ se pone a teorizar nuevos paradigmas;
saben cuidar de los suyos. Uno de ellos es la figura del reponedor de
supermercado, santo grial de la izquierda postmoderna y a tenor por cómo
se encumbra su figura, legión en nuestra sociedad. En realidad el
reponedor ha existido siempre y es prácticamente paralelo a la
revolución industrial, el primer supermercado se remonta al año 1852 en
París cuando se instala la Maison du Bon Marché en la calle Sévres. Tan
solo diecinueve años después estallaba la Comuna de París; los
reponedores a pie de barricada desde el día uno. Pero sigamos.
Me contaba Pablo Iglesias que en sus clases pregunta quién ha
trabajado alguna vez y la mayoría levantan la mano, que posteriormente
pregunta quién está sindicado y absolutamente nadie la levanta, signo
inequívoco de la sociedad postindustrial y el carnaval de identidades.
Yo creo que debería hacer una tercera pregunta: ¿Cuántos de los que
trabajáis pensáis seguir en ese trabajo una vez terminada la carrera? La
respuesta sería obvia y ahí reside el nudo gordiano del llamado
precariado: no es ninguna nueva clase social, es la clase media que
eventualmente (o eso creen ellos) visita la clase obrera. Su trabajo de
camarero, de reponedor o de teleoperadora, lo consideran algo eventual,
transitorio y circunstancial ya que, su verdadera meta y por la que han
estudiado cinco años de carrera y dos másters, es alcanzar un puesto de
abogado, de profesor de universidad o de médico o arquitecto. Algo
completamente respetable y comprensible, nadie quiere ser camarero
después de estudiar cinco años de antropología o arquitectura. Por ello y
dada esa mentalidad que visita la clase obrera como algo transitorio,
no se sindican; sindicarse es de curritos. Muy probablemente si Pablo
hiciera esas preguntas en una clase de Formación Profesional en un
instituto de barrio, el resultado variaría notablemente pero lo
verdaderamente interesante es cómo el concepto precariado no es que
flirtee con el reformismo es que sencillamente se cepilla 150 años de
sociología marxista: las clases sociales ya no se constituyen en base a
dueños y no dueños de los medios de producción sino en base al capital
cultural y formación de cada cual, de ahí que para muchos la sociedad de
clases haya sido sustituida por la sociedad del conocimiento,
artificiosa y efectiva trampa. Un camarero siempre fue la clase obrera
ya que no es dueño del medio de producción pero ahora no, ahora es
precariado porque tiene dos carreras y desempeña un trabajo que no se
corresponde con su formación. En realidad podría tener diez carreras,
pero si trabaja de camarero y no es dueño del bar y por tanto del medio
de producción, sigue siendo de la clase obrera. Pero por lo visto a la
clase media le resulta incómodo identificarse con la clase obrera.
Querido Pablo, ningún alumno responde que sí está sindicado porque sería
como preguntarle a un fontanero si juega al golf: sindicarse es propio
de la clase obrera no de la clase media. Los estudiantes sencillamente
responden a su perfil de clase. Y digo clase media porque los
universitarios en este país siguen siendo unos privilegiados, incluso
antes de la temida ley Wert.
Los datos no dejan lugar a dudas, el 24,9 % de los jóvenes españoles
de entre 18 y 24 años no cursaban ningún tipo de ciclo educativo ni de
formación en 2012. Sobra mencionar el estrato social al que pertenecen
estos excluidos: son los que no ven La Tuerka ni emigran a Londres (me
atrevería a decir que tampoco paran a Pablo Iglesias para felicitarle). Y
un pequeño aviso para navengantes: será imposible una transformación
social sin contar con ellos, por muy horteras que nos resulten sus Nike
con muelles o sus zapatos de plataforma y sus colas de caballo. Ya en
plena explosión de la Universidad de masas en los años sesenta, Bourdieu
nos demostró empíricamente que la educación no es el dispositivo que de
alguna manera facilita la movilidad social sino que de forma velada,
reproduce y perpetúa el sistema de clases, convirtiendo la universidad
en «la elección de los elegidos». De hecho en nuestro país y según datos
del propio Ministerio de Educación, menos el 10% de universitarios son
hijos de padres no universitarios. La obra llevaba el apropiado título Los Herederos: los estudiantes y la Cultura.
Yo entiendo que estudios como el de Bourdieu o estos datos incomoden a
cierta izquierda académica pero la realidad está ahí fuera y nuestro
joven promedio no tiene dos carreras y emigra a Londres: no ha
terminado la E.S.O. y fuma porros en el parque y sobre todo, Campofrío
no le dedica un nauseabundo anuncio comercial. La laureada «generación
mejor preparada de la historia» es una falacia. No es una generación,
pues se trata de una minoría específica. En cambio una gran mayoría
(invisible para los medios y la izquierda) no alcanza estudios
universitarios, ni siquiera termina la secundaria. Aunque pudiera
parecer lo contrario, en este país hay más jóvenes que abandonan la
E.S.O. que jóvenes con dos másters, no en vano encabezamos la lista de
fracaso escolar europeo. También es muy significativo que hoy se hable
de «exilio económico» en referencia a los jóvenes altamente cualificados
que emigran. En este país a los emigrantes andaluces que se buscaron la
vida en Catalunya o a los millones de emigrantes que marcharon en los
años 60 rumbo a Alemania o Francia nunca se les llamó «exiliados
económicos», siempre fueron emigrantes. Por lo visto el calificativo de
exiliado económico es sólo para los altamente cualificados. Lo que nos
lleva a Owen Jones y la lectura equivocada que, a mi juicio, hace Pablo
Iglesias de esa obra monumental que es Chavs, la demonización de la clase obrera.
Debo confesar que yo mismo le regalé el libro con la vana esperanza de
ver alteradas sus posiciones post-modernas y post-obreristas porque,
aunque le dedique este artículo acusándolo de vil reformista académico,
lo aprecio y le quiero un montón.
El debate no es si la clase obrera es representada por un obrero de
mono azul o una reponedora. La clase obrera no es ni ha sido nunca un
ente inamovible ajeno a las mutaciones del capitalismo. La clase obrera
se ha ido transformando al compás de las propias transformaciones
capitalistas y por tanto, obviamente, su representación varía en función
de muchos factores: histórico, geográfico, cultural, etc. En Europa en
los años cincuenta era representada por el obrero fordista de mono azul,
pero en los años treinta en España era la gente pobre del campo la que
nutría masivamente las filas de la CNT. Es muy revelador estudiar muchos
carteles de la época en los que se apelaba a dependientes y camareros, a
nutrir las filas de la clase obrera contra el fascismo. En la Venezuela
bolivariana era representada por un militar de origen humilde como era
Chávez o en la actualidad por un conductor de autobuses llamado Nicolás
Maduro. En Bolivia por un sindicalista al que le cierran el espacio
aéreo europeo (pero ya no hay imperialismo ¿verdad?). En la Andalucía
del siglo XXI la clase obrera es representada por un profesor de
instituto y alcalde llamado Sánchez Gordillo y un jornalero sin estudios
llamado Diego Cañamero. En Vigo por los trabajadores de astilleros que
se están movilizando estos días. Quizá en Madrid es representada por un
camarero o una cajera de supermercado pero cuando la marcha minera entró
en el Paseo de la Castellana, fueron los mineros leoneses y asturianos
los que representaban a la clase obrera y al conjunto de los explotados,
aunque fuera por unas horas. Ese no es el debate, la clase obrera es
flexible y multiforme y está ahí para ser representada, dicha
representación variará según las circunstancias. El debate interesante
es que, si a un camarero le cuesta identificarse con la clase obrera no
es porque ésta no pueda representarle (pudo hacerlo en el pasado y lo
hará en el futuro) sino porque una legión de teóricos le dice que no
debe identificarse con ella, que la clase obrera es un anacronismo del
pasado, que ahora es 99%, precariado o un nuevo sujeto emergente. Lo más
irónico de todo es que la primera revolución socialista sobre la tierra
se diera en un país cuya clase obrera se encontraba en insultante
minoría. Pero nada, podéis seguir pensando que sin mono azul masculino
no hay paraíso: me decía Jorge Moruno por Twitter (afilada pluma de la
izquierda postmoderna en nuestro país y responsable del blog La Revuelta
de las neuronas) que la clase obrera no puede representar a todo el
conjunto de los explotados. Y obviamente, mientras sigáis pensando que
la clase obrera es únicamente un tipo con mono azul que fuma ducados,
seguiremos nadando en ese mar de incertidumbre y relativismo que tanto
parece gustaros a los postmodernos. El problema es que cierta izquierda,
erróneamente a mi juicio, ha convertido fordismo y clase obrera en un
binomio indisoluble. Craso error: la clase obrera existía antes del
fordismo, existe en el postfordismo y existirá mientras haya un cabrón
repartiendo sobres de dinero en cuentas B. De hecho ni Marx ni Engels
(unos tipos que sabían algo de la clase obrera) conocieron el fordismo.
El problema no es si la clase obrera obrera puede representar a todos
los explotados, la cuestión es que la clase obrera está ahí para ser
representada como herramienta aglutinante, sea un jornalero sin
estudios, sea un líder sindical andaluz, sea los trabajadores de tierra
del aeropuerto del Prat ocupando las pistas o sea Pablo Iglesias en un
plató de La Sexta, dependerá de cada contexto. Pero claro, la cuestión
del liderazgo pone nerviosa a la izquierda postmoderna, mucho más
proclive a empantanarse en horizontales y eternas asambleas que nunca (y
corríjame quién crea oportuno si me equivoco) sirvieron de mucho. El
problema es que si hablas de liderazgo (o liderazgos en plural como
apunta acertadamente el profesor Monedero) automáticamente se produce un
proceso químico en algunas cabezas que les hace ver a Stalin hasta en
las cajas de cereales.
Pablo Iglesias cita Chavs y se queda en la punta del iceberg: que la
clase obrera ha sufrido transformaciones no es ninguna novedad. La tesis
principal del libro no es dicha transformación sino la posterior
criminalización e invisibilización que la clase obrera viene sufriendo
desde hace dos décadas. Invisivilización que toma cuerpo en el idílico y
egocéntrico retrato que el citado profesor de la Complutense hace de
‘los de abajo’, retrato que alimenta sus presupuestos teóricos
postobreristas: hay sitio para el migrante (y me tendrá que explicar por
qué un albañil ecuatoriano es antes migrante que albañil), para el
estudiante (que por supuesto es camarero de forma eventual para el día
de mañana ser arquitecto), para el reponedor, el teleoperador, la cajera
de supermercado y el parado de larga duración y en definitiva para
cualquier sujeto que valide el carnaval de identidades y elimine a la
clase obrera como sujeto histórico y dispositivo aglutinante. Incluso se
atreve a incluir en los de abajo al grupo de amigos que monta un bar o
una empresa de informática. Supongo que no se referirá a ese pequeño
comercio que coacciona a sus trabajadores el día de la huelga o paga
sueldos de miseria y sin contrato. Es lo que tiene no hacer divisiones
sociales en función de la propiedad de los medios de producción: al
final resulta que todo aquel que no lleve sombrero de copa y puro es de
los de abajo, que es más o menos el lema de Occuppy Wall Street y su
«somos el 99%». El problema es que los sombreros de copa pasaron de
moda.
El lenguaje no es inocente y es muy significativo que no mencione a
fontaneros, albañiles, electricistas, instaladores de gas y calefacción,
técnicos de electrodomésticos u operarios que suben y reparan torres de
alta tensión. Curiosamente y pese a llevar mono azul de trabajo,
pertenecen todos al sector servicios y no al industrial, benditas
contradicciones de la postmodernidad. ¿Los obvias porque llevan mono de
trabajo o porque tienen derechos? ¿O porque son oficios que implican
años de aprendizaje a jornada completa que están destinados a los hijos
de la clase obrera y no a los estudiantes de tu clase cuyo paso por el
mundo laboral antes de terminar la carrera será a media jornada de
camarero? Invisibilización que remarca así, una innecesaria línea
divisoria (que únicamente beneficia a la burguesía) entre los
trabajadores precarios y los que lo son menos. Después es fácil acusar a
los sindicatos de que sólo miran por sus afiliados, cuando estamos
haciendo completamente lo mismo pero a la inversa. Luego no resulta
extraño que los analistas extranjeros se pregunten asombrados cómo es
posible que con nuestras tasas de paro y miseria no se produzca un
estallido social. La respuesta es obvia: las movilizaciones en este
país, del 15M a las mareas verdes y blancas, han sido dirigidas por la
clase media. Es un hecho constatado, el mundo del trabajo ha brillado
por su ausencia en dichas movilizaciones, empezando por el embrión de
toda esta ola de protestas, el 15M. Quizá un buen comienzo sería dejar
de señalar esa línea divisoria entre trabajadores precarios y no
precarios. Huelga recordar que si un trabajador de la SEAT o un
encofrador tiene más derechos que un reponedor no es por un ejercicio de
altruismo por parte de la empresa, son fruto de dolorosas
movilizaciones y de una tradición de lucha que no incluía la batucada y
la recogida de formas vía Change.org entre sus métodos. Y Pablo me dirá
que los disturbios no son la victoria y obviamente no, pero han ganado
muchas batallas y conseguido muchos derechos. Los disturbios en sí no
representan nada, pero su presencia implica un grado de movilización y
concienciación que no se da allí donde la recogida de firmas y los
talleres de malabares son el Santo Grial. No sé si serán la victoria
pero su presencia organizada implica posibilidades de transformación y
allí dónde se producen la izquierda transformadora goza de muy buena
salud, sea en Grecia vía Syriza, sea en Euskal Herria vía Bildu o sea la
Barcelona de los centros sociales ocupados, las viviendas ocupadas por
la PAH o las huelgas que terminan con Sturbucks en llamas.
De ahí la importancia de la PAH. Es el único frente verdaderamente
interclasista que es nutrido por miembros de lo más debajo de la
pirámide social, así es cuando un movimiento es puede llegar a ser
temible. Mientras se trate de luchas sectoriales de estudiantes,
profesores o médicos, poco podemos esperar. Es muy emocionante ver en
los desahucios a gente que la oyes hablar y sabes que viene de lo más
bajo, que notas a la legua que en su vida se había movilizado. Es triste
pero es así: los movimientos sociales están participados
mayoritariamente por gente con estudios o por gente proveniente de la
clase media. Nadie dijo nunca que movilizar a la clase obrera fuera algo
fácil, muy pocos lo consiguieron, menos todavía los que consiguieron
vencer. Y se trata de movilizar ¿no? Es entonces cuando, pellizcándome
las mejillas, no doy crédito a lo que leen mis ojos: «Esos son los de
abajo y sólo la miopía de cierta izquierda puede insistir en agruparles
a todos bajo la etiqueta de obreros e invitarles a afiliarse a los
sindicatos (ojalá pudieran). Muchos de ellos ni siquiera pueden ejercer
su derecho a la huelga y, sin embargo, ellos son el pueblo». INCREÍBLE.
Esto no es real politik ni reformismo, esto es legitimar la realidad
existente y negar toda esperanza de transformación social. ¿Que no
pueden hacer huelga? ¿Que no pueden sindicarse? ¿Por qué motivo? ¿Porque
perderán el empleo? ¿En serio? En este país —y tú lo sabes bien— hay
gente que se sindicaba sabiendo perfectamente que podía perder el
trabajo, con el riesgo añadido de ser torturado salvajemente en
comisaría y verse privado de libertad durante una larga temporada. Y se
sindicaban clandestinamente. E iban a la huelga. Asumían un riesgo
elevadísimo. Me parece un auténtico despropósito que digas que los
precarios 'no pueden' sindicarse ni ir a la huelga. Te contaré un
secreto de revolucionario folk: a mí me ponen muchos los trabajadores
de astilleros levantando barricadas o los mineros disparando cohetes
pero con el porno no hago distinciones ya que, me ponen incluso más los
informáticos:
Hace unos días sucedía algo verdaderamente insólito en nuestro país.
Por primera vez un colectivo de informáticos, trabajadores de la empresa
HP, iba a la huelga y conseguía una victoria parcial (consiguieron
evitar la bajada de sueldos) en un ámbito laboral estrictamente
post-obrerista. Si alguna profesión representa como ninguna otra al
llamado precariado y los nuevos sujetos emergentes, es sin lugar a dudas
la de informático: una profesión relativamente nueva, sin tradición de
lucha sindical y que nunca utilizó la huelga como herramienta de
presión. Y vencieron. ¿Cómo?¿Buscando una nueva identidad? ¿Reinventando
ultramodernos métodos de lucha que se adapten a las nuevas necesidades
del mercado flexible? ¿Reformulando conceptos que cubran nuevas
sensibilidades en el mundo del trabajo terciario-semiótico? NO. En
absoluto: vencieron organizándose en un sindicato de clase (CGT) y yendo
a la huelga de forma masiva e indefinida. Por supuesto que corrieron
riesgos y se jugaron su puesto, pero apostaron de forma colectiva y
vencieron. Podemos seguir diciéndoles a los 'nuevos sujetos' que no se
sindiquen porque no son de la clase obrera y corren el riesgo de verse
en la calle o podemos dar un paso al frente y sacar a relucir el
ejemplo de los informáticos de CGT. Podemos asumir de una vez por todas
que para la clase obrera, sin sangre no hay paraíso. Que no hacen falta
infinitas reformulaciones ni reinvenciones hasta el absurdo: lo que hace
falta es conciencia de clase y un sindicato con agallas (en el que sé
que pagas la cuota como yo). Cuando hay conciencia de clase y un
sindicato digno no importa si eres informático, reponedor o estibador en
el puerto. La clase obrera es temible si está organizada.
Por último y volviendo de nuevo a Chavs, te olvidas del sujeto que
Jones justifica en su libro: el cani de barrio sin estudios y la choni
que trabaja en la peluquería para ponerse unas tetas nuevas y que, por
si alguien no se había dado cuenta, son mayoría. Ese sujeto urbano que
sale con la rojigualda a la calle cuando España gana un mundial, sigue
con detenimiento las nominaciones de Gran hermano y no se pierde un
capítulo de Gandía Shore, entre otras cosas porque se siente
identificado. Ese sujeto que sirve como carne de cañón y entretenimiento
en programas como Hermano mayor, El diario de Patricia o el deleznable
Princesas de barrio. O en el muy progre APM con los charnegos de barrio
como centro de las mofas porque cometen errores gramaticales cuando se
expresan y porque unos burros de carga sin estudios resultan de lo más
gracioso para la burguesa y cosmopolita TV3. Sin olvidarnos de 'El Neng
de Castefa' en el no menos progre Buenafuente: bakala, de la periferia,
charnego y reponedor de supermercado por cierto. Los estudiantes de tu
clase (ni los que escuchan a Los Chikos del Maíz o Riot Propaganda)
serán nunca protagonistas en uno de estos infames espacios de
entretenimiento; la clase obrera sí. Y eso es lo que denuncia Jones en
su libro. La clase obrera extirpada de su orgullo y convertida en
entretenimiento y motivo de mofa y escarnio por el resto de la sociedad.
Lo que denuncia Jones en su libro es el elitismo de la clase media
occidental, que se manifiesta en nuestro país cuando todo un profesor de
Universidad Pompeu Fabra y referente de la izquierda (postmoderna eso
sí) como Raimundo Viejo Viñas, sube a su Facebook la foto que acompaña
este artículo y no es para denunciarla por su clasismo decadente y su
elitismo, sino porque le resulta muy graciosa y acertada.
A mí también me paran muchas veces para felicitarme por el grupo. Sé
perfectamente cual es mi perfil de oyente: un joven universitario
preocupado por la política y la cuestión social. Por eso, cuando muy de
vez en cuando, me para un cani, me dicen que sueno en el almacén del
polígono o me pide una foto un currela de los que será currela para
siempre, me emociono y verdaderamente me siento orgulloso de mi
trabajo. Los de arriba de la foto son la sal de la tierra, la espalda
del mundo. Y sin ellos estamos condenados a no vencer. Sin ellos el
miedo no puede cambiar de bando. Quizás van en distintos camarotes pero
vamos todos en el mismo barco. A pelear. Y a seguir metiendo caña en la
tele compañero.
Texto Extraido de Kaos en la Red