Escrito por Javier Mestre
“Que la vergüenza la sientan ellos” era el lema. Activistas del Campamento Dignidad de Mérida (Badajoz) repartieron frente a la sede de la Asamblea de Extremadura bolsas de alimentos a 176 familias el pasado 22 de noviembre. Dos días después, doña Carmen Aguirre Castellanos, miembro del Opus Dei y presidenta del Banco de Alimentos de Badajoz, comunicaba a la Asociación Campamento Dignidad que les suspendían de inmediato el suministro de alimentos porque habían hecho un “uso político” con ellos. Ahí los tenemos, al frente de las organizaciones privadas que reparten la comida que el Estado compra con fines caritativos. Don José Antonio Busto Villa, el presidente de la Federación Española de Bancos de Alimentos, también es un notorio miembro del Opus Dei. Pero el Campamento Dignidad sigue en pie de lucha y está plantando cara. Van a disputar por todos los medios el derecho a acceder, como cualquier otra asociación, a los productos básicos adquiridos por el Fondo de Garantía Agraria (FEGA), que compra cantidades masivas utilizando fondos europeos y las reparte a través de dos entidades: la Cruz Roja y los bancos de alimentos. Ya se han unido trescientas familias emeritenses a los repartos del Campamento, porque así, además de cubrir la necesidad biológica, fortalecen la necesidad moral de no sentirse culpables de su pobreza. Los culpables son ellos, los de la clase de los que dirigen el FEGA y los bancos de alimentos, de los diputados regionales que legislan siempre mirando hacia otro lado, de los gobernantes que echan a la gente de las viviendas de alquiler social, de los banqueros que ejecutan las hipotecas, de los ejecutivos de privatización del agua o la luz que se las cortan a las familias en paro.
Enfrente de la oficina de empleo de Mérida se trabaja muy seriamente en el camino para dar la vuelta a la tortilla: ¿quién y cómo ha de organizar la transformación social? Siempre en la calle, a pie de cola de parados y paradas, la cuestión no ha consistido, obviamente, en hacer un debate, mesas redondas, cónclaves de universitarios de izquierdas. A partir de una certeza muy simple, a saber, que el movimiento se demuestra andando, y con una premisa de sentido común a modo de guía ideológica, a saber, que no van a ser precisamente los banqueros o sus manijeros quienes arreglen esto que tanto los beneficia, un puñado de militantes llevan tres años arremangados y construyendo la alternativa con los compañeros y compañeras que más perentoriamente la necesitan. De modo que han dejado de lado todo un léxico, la jerga de la izquierda de siempre, por lo menos en sus vertientes más decididamente abstractas, y han puesto todo su valor e ingenio en buscar la conexión con la clase obrera marginada y desarticulada, la que se lleva todos los palos y apenas puede respirar en la lucha por sobrevivir día a día.
Hay un detalle muy importante en el trabajo político del Campamento Dignidad: desde el más bregado en luchas hasta el que acaba de llegar, todo el mundo tiene clara conciencia de la precariedad en la que estamos instalados; hoy son unas familias las que necesitan ayuda alimentaria o apoyo para que no las echen de sus casas, pero mañana le puede tocar a cualquier otra de las que se creen más firmemente asentadas en la clase media. Esto elimina cualquier atisbo de caridad en los actos. No están las víctimas y quienes las ayudan. Se trata de un concepto casi opuesto, el cimiento de la dignidad. Se trata de solidaridad, de fraternidad, de un trabajo entre iguales conscientes de que, aunque las condiciones de vida de cada uno difieran bastante, los objetivos de la acción son los mismos para todos porque, como dice el refrán, hoy por ti y mañana por mí.
No es una casualidad que la lucha por el pan del Campamento Dignidad de Mérida provenga de la lucha por una renta básica ciudadana. Sin la subsistencia asegurada es imposible la ciudadanía, porque la necesidad nos convierte rápidamente en esclavos de las determinaciones que establecen otros. Tampoco es casualidad que el Opus Dei ande tan notoriamente presente en las instituciones caritativas que reparten alimentos a los miles de familias que están pasando hambre. Perdóneseme la cita, pero Karl Polanyi, en La gran transformación, sitúa el momento decisivo del capitalismo inglés en el punto en el que el Estado elimina los sistemas de subsidio de pobres, lo cual los obliga a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas industriales en las peores condiciones que uno pueda imaginar. Para la burguesía es muy importante que los pobres sientan vergüenza de serlo; que el parado o la parada se sientan culpables; que la marginación se viva como un trauma merecido. Cuanto más culpable la pobreza absoluta, más dura la explotación, porque más dispuestos estamos a tragar con tal de no caer en ella.
El Campamento Dignidad enseña lo elemental a quienes queremos cambiar la sociedad: hay que empezar por nuestra gente, la clase obrera, por que crezcan en ella la dignidad y la conciencia. Ahí se encuadra esta nueva conquista del pan, la disputa de la parte del león del reparto de alimentos, la que proviene de fondos públicos, al entramado vergonzante de la caridad. No hay que perder de vista en ningún momento que la dignidad empieza donde termina el hambre. Más de uno ha de saber que una mayoría parlamentaria sin una fuerte organización social detrás será un pelele para los poderes fácticos, y la fuerza transformadora provendrá siempre de quienes más la necesitan.
Ahora, en navidad y fin de año, el Campamento Dignidad se ha encerrado en la concatedral de Mérida para que se les atraganten los langostinos a los responsables de que aún no se haya pagado a millares de familias, después de medio año (medio año de supervivencia extrema), el subsidio mínimo que el gobierno regional ha denominado “renta básica”. Esta paguita que la burocracia del gobierno del PP está tratando de retrasar por todos los medios es un primer fruto de la lucha colectiva y exige todavía más pelea para que se termine de convertir en realidad. Con el encierro se está reivindicando, además, el derecho a que no le corten el agua y la luz a la gente que no las puede pagar, el final de los desahucios, el comienzo de una verdadera política de empleo para acabar con el paro... y el derecho de todas las familias a disfrutar de las fiestas; para ello han repartido comida y repartirán también juguetes, todo fruto de la solidaridad ciudadana con el Campamento Dignidad.
Detalle final. Desde hace algún tiempo, los portavoces del movimiento extremeño van de aquí para allá explicando lo que están haciendo e impulsando una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) por una renta básica ciudadana a escala estatal. Lo que pasa en Extremadura partió de la importante y muy unitaria labor militante de recogida de 27000 firmas por la renta básica en la región, un ejercicio de comunicación persona a persona que dio un impulso inesperado a la lucha social. Y ahora los expertos, es decir, los que han demostrado el camino a seguir con los hechos y no con los simposios, estiman necesario que todo esto crezca y sea la llamita que encienda el gran fuego en toda España.
Fuente: http://hablandorepublica.blogspot.com.es/2013/12/la-conquista-del-pan.html
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