Tienen alma de señoritos. Lo llevan en la sangre, se les conoce en las trazas y hasta en los andares. “La propiedad es sagrada y un pobre es siempre un ladrón en potencia”, murmuran. Ha cambiado el decorado y la jerga, pero la solidez gremial de los dueños es la misma. Ayer se conjuraban en el casino y lo hacían con el lenguaje brutal del caciquismo. Hoy, el nuevo escenario son las exclusivas urbanizaciones privadas, blindadas por cámaras y vigilantes de seguridad, y se entienden en el universal idioma del individualismo propietario.
“Controlaremos el rebusco y protegeremos a los 50.000
agricultores del olivar y viñedo de quienes les roban y lo venden
ilegalmente”. Quien así habla es el esténtor que ahora nos
toca sufrir a los extremeños, el presidente de la Junta, Don José
Antonio Monago Terraza. Lo hace a través del twitter para no correr
peligro alguno de anacoluto o contradicción en asunto tan delicado.
En la calculada frase enlaza rebusco y robo, indigencia y resquemor,
peregrinación de pobres peligrosos y miedo de honrados propietarios.
Y se queda tan oreado “el barón rojo” de las tierras extremeñas.
Quieren terminar con el rebusco. Lo tienen meridianamente claro,
ellos sí tienen conciencia de clase, sí saben de qué va esta
gigantesca crisis-estafa. El año pasado tantearon un decreto repleto
de trabas y arbitrismos burocráticos. Pero alguien les advirtió que
estaban pisando un terreno pantanoso, que recoger la escoria de la
cosecha es una práctica milenaria, puro derecho de costumbres.
Entonces eligieron otro camino más sutil, hostigar a los compradores
del rebusco, amenazándoles con inspecciones sanitarias y fiscales. Y
en esas andan: en la última semana, guardia civil mediante, han
cerrado todos los almacenes de la comarca de Barros que, desde hace
más de 20 años, se dedicaban a comprar los sobrantes de las
cosechas.
No tiene límites su codicia. Prefieren que la uva se pudra en la
viña o en el suelo antes de que un jornalero saque cuatro gordas por
aquel excedente. “No rebuscarás en tu viña los racimos y
granos de uvas caídos, sino que dejarás a los pobres y forasteros
que los recojan”, prescribe el Antiguo Testamento (Levítico
XIX, 9, 10), amonestando la avaricia de los propietarios y amparando
la tradición del rebusco. Pero la verdadera religión de los ricos,
reales o imaginados, siempre ha sido el dinero.
Juegan con fuego. Es tan incontinente su ambición que corren el
riesgo de despertar el dragón dormido. El acoso contra los
rebusqueros saca del armario el cadáver insepulto del latifundio,
reabre la cicatriz de la tierra, nunca cerrada en Extremadura.
Historiadores como Martin Baumeister y José Antonio Pérez Rubio nos
desvelaron la trama genuina de nuestro pasado reciente. La larga
resistencia de los campesinos a la conversión de la tierra en simple
mercancía, la pugna contra la expropiación de los derechos de
aprovechamiento comunales es una de las claves fundamentales de la
historia contemporánea de Extremadura. Y ahí, la lucha por el
derecho al rebusco es una pieza recurrente. Nuestra historia está
salpicada de revueltas obreras por la tierra y la libertad.
Baumeister va recorriendo algunas de esas astillas de dignidad. En
1896, centenares de jornaleros marchan a las dehesas de Alconchel
para exigir una peseta o una cantidad equivalente en bellotas. En
1897, son procesadas por hurto 91 personas de Villalba de los Barros.
En 1916, 200 jornaleros de Fregenal de la Sierra, hacen el escrache
de la época ante el edificio de la policía rural contratada por los
propietarios agrícolas. En 1917, durante la temporada de aceituna,
son denunciados 824 rebusqueros de Villafranca de los Barros. Son
apenas algunas esquirlas de la tenaz rebeldía campesina que
desembocará en la Reforma Agraria y que el levantamiento militar de
1936 ahogará en sangre. El profesor José Antonio Pérez Rubio
escribirá refiriéndose a los años del franquismo: “El mal
endémico que recorría los campos de Extremadura era el hurto de
productos del campo”. Durante todos estos años, las
detenciones y palizas de la Guardia Civil a obreros del campo por el
“robo de bellotas” constituyen un cotidiano capítulo de nuestra
particular historia de la infamia, grabado a fuego en la memoria de
miles de familias campesinas de Extremadura.
Ahora, cuando este relato de bellotas y cerdos, guardias civiles y
caciques, parecía definitivamente clausurado, retorna la
criminalización del rebusco. Monago y el Gobierno dicen estar muy
preocupados con el aumento de robos en el campo, modalidad de delito,
por cierto, en la que nuestra región, a tenor de los datos
oficiales, ha alcanzado un revelador liderazgo. De la dupla “hurto
famélico” parece que les inquieta la primera palabra pero la
segunda les trae al pairo.
Y eso es así porque, como ellos saben por experiencia propia, para
fabricar un rico hacen falta muchos pobres. Su opulencia depende de
la meticulosa organización de la miseria y la incertidumbre. Para
acumular de nuevo necesitan desposeer de derechos y seguridades a
millones de personas. El intento de eliminar el rebusco es
precisamente eso, un mecanismo más de desposesión de los más
pobres, el intento de destruir un instrumento de amortiguación de la
miseria, por frágil que éste sea. Nos quieren rendidos, despojados
de asidero alguno, desnuda mano de obra de usar y tirar. Tal como
escribiera Miguel Hernández, quieren al pobre convertido en “fiera
hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente”. Pero que se lo
piensen dos veces. Ya se escribió antes en las paredes: Quien
siembra miseria cosecha rabia.
Manuel Cañada, miembro de los Campamentos Dignidad de Extremadura
No hay comentarios:
Publicar un comentario